ornella vilaro

miércoles, 12 de enero de 2011

mientras pienso XX


                                PROSA DE RÉGULUS 

    El dios oscuro río salvajemente sobre el cuerpo inerte del dios padre de todos. Refregó sus vacuos ojos negros, para aclarar su vista, pues no creía posible lo que veía. Pero era así, ante sus pies yacía aquel quien siempre había odiado. Miro al cielo y dijo:

    -Tú que hace eones me habías confinado a esta cripta, húmeda y demasiado silenciosa. Tú pergeñaste mi caída. Hoy estas aquí implorando ayuda. Alimentándome con tu sangre traidora.  Mueres según un ideal eso merece respetarse, así como tu petición-. Su tono de vos se vuelve mas grave y serio. Lleva la mano derecha ha su barbilla en señal de duda.- Si tus hijos te han traicionado, como te avise en el pasado, llevándote hasta mí, para pedirme su muerte. Solo hay alguien que puede, llevar acabo esta sanción. Esa es  mi hija, Nermani y ha ella inconvocó en este momento. Sea derramado sangre de un dios muerto y solo he de  dejar caer,  sobre esta, la de un dios vivo para desatar la justicia celestial-. Así lo hace, con una de sus largas uñas perfora su brazo izquierdo, dejando caer su sangre sobre la del  dios muerto.

    El inmenso charco de sangre bulle, como si hirviera. No coagula en ningún momento, pues la temperatura le impide hacerlo. Las burbujas y el vapor, dejan lugar al las explosiones. Un grito desgarrador, se oye en el recinto. Luego de un tiempo surge una mano del imposible, barro sanguíneo. La mano tantea los bordes donde no ha llegado la sangre, intentando sujetarse hasta que lo consigue. Otro grito desgarrador se oyó en el recinto y al cabo de un tiempo una hermosa mujer surgió del interior del foso sangriento. Bañada en sangre, Nermani, miro a su  padre y grito con todas sus fuerzas, este cubrió sus oídos. Pues este desgarrador sonido solo debe de ser escuchado y sentido por los culpables.

    Todavía envuelta en sangre, con un gesto de sus manos reclamo sus armas. Arco y flecha, le fueron entregados. La justicia seria impartida sin piedad.

    En el piso, desde los ojos muertos del padre de todos, surgieron dos lágrimas de pena.

    Así canta el libro de los silencios.

    Fin.

Autor: Nicolás Federico Esteban Vilaró-Tronfi         

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