EL LIBRO DE LOS SILENCIOS
El padre de todos llego apesadumbrado a la entrada de la enorme gruta. La decisión estaba tomada. El mundo se había envuelto en el caos, la oscuridad del caído cubría todo y dirigía las vidas de los hombres. No existía otra manera de salvar la creación. Aun así, el padre de todos por primera vez, en su incalculable existencia, conoció la duda. Sus hijos no merecían ser devueltos al barro del que fueron creados, pero su petulancia y odio habrían de ser borrados de la creación.
Camino al interior de la gruta, cuya boca recuerda a las negras fauces de la loba, llamada Penumbra, que sigue a la luna. Entro en ella, arrastrando los pies, sus sandalias apenas levantaban arena. Vestido con el más humilde de los ropajes pues la de un pastor era su apariencia y su función. Ingreso sosteniendo en su mano una daga y un lienzo blanco. A medio camino sintió un calor similar al respirar de un gigante. El aire fue viciándose cada vez mas, antes de llegar el fétido olor lo hizo desfallecer por unos momentos. En el centro de la gruta, un negro dios lo esperaba. Allí el padre de todos se arrodillo, tomo la daga con la mano derecha y corto hasta los huesos su muñeca izquierda. Dejo caer su sangre sobre el piso de arena, está serpenteó hasta el negro dios, que descansaba sobre su trono. La sangre corrió por entre sus piernas, subió por el estomago y el pecho, hasta terminar en la boca del dios. Casi desmallado, el padre de todos, pudo ver como el representante de la noche eterna comenzaba a despertar.
Se puso de pie y dijo:
<<Mi nombre es Régulus. ¿Qué buscas tú, que haces llamarte padre de todos?>>
Arrodillado y cubriéndose la herida con el lienzo blanco, respondió:
<<Busco tú justicia. Busco el equilibrio de la creación. Quiero que mates a mis, engreídos y petulantes, hijos. >>
Luego de estas palabras el padre de todos, murió y Régulus rió sonoramente.
Fin.
Autor: Nicolás Federico Esteban Vilaró-Tronfi
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