EL MARISCAL
La dinámica política de cualquier país, provincia, distrito o ciudad, dictaminan que los gobiernos van ha cambiar sean buenos, malos, democráticos o de facto, siempre terminan por ser remplazados. Eso implica una cierta insatisfacción por parte del pueblo o vulgo, pues siempre esta la incertidumbre de aquel que se sienta en el sillón de poder ejecutivo, sea el nivel que fuese. Incluso si nos ponemos a fijar aquellos que votan y eligen al posible gobernante son un mínimo de la sociedad, pues aquellos considerados en facultades par emitir su voto deben cumplir ciertos requisitos, edad, estado mental, no tener prontuario, también condiciones físicas, eso nos deja una porción de población muy grande fuera del acto democrático. Ni que hablar de los gobiernos de facto donde solo una elite se elige y se cree en condiciones de ejercer el gobierno, tomándolo por la fuerza. Pero pongamos las condiciones democráticas ideales, seguimos dejando fuera mucha gente y eso significa que cualquier gobierno va ha tener un porcentaje considerable de desconfianza. Pues aquí en San Marcos no sucede eso ya que existe la figura del mariscal, este puesto no es oficial ni siquiera existe como tal. Solo es el apodo que le han puesto a Adolfo Blump, quien sentado en un lugar de privilegio, uno de los balcones de la legislatura controla al cambiante cuerpo de políticos en ejercicio del poder. Allí el se sienta ocultando su rostro detrás de una profusa barba blanca y unos lentes demasiados gruesos para saber cual es el color de sus ojos, con calma y pulso de acero sostiene una planilla, donde figuran los nombre de todos los legisladores. Atravez de esa planilla el puede dirigir la aceitada maquinaria democrática, cada marca hecha por este hombre en la planilla significa la aprobación o no de cualquier proyecto. Algunos dicen que en realidad define la vida de muchos hombres y hasta razón tienen. Pues su indiscutible capacidad de dirección le permite estar en todas parte y enterarse de todo. Pero no solo se limita a recabar información o ofrecer un guía a las almas perdidas, tiene negocios muy prósperos tanto legales como aquellos que no lo son. En San Marcos éste hombre acoge debajo de su ala a todos los habitantes. Nadie le discute, replica o denuncia. Por su imperecedera guía y su capacidad para mantener a los políticos es que la gente siente tranquilidad a la hora de los cambios de gobernantes, pues siempre esta el mariscal.
El día de hoy para el mariscal había comenzado como cualquier otro, es decir el se encontraba tranquilo. Pero cerca del mediodía uno de sus mas fieles ayudante, le informo que el fiscal general había presentado dificultades a la hora de cumplir las directivas dadas por él. Este heraldo, pues no le cabe ningún otro nombre, le informo como el fiscal había puesto ciertas trabas y que con un poco de presión las directivas se estaban cumpliendo según lo pautado. Esto molesto mucho al mariscal pues él como hombre de negocios, con una empresa para administrar, le gusta que sus directivas sean cumplidas a raja tabla. Por eso pide que se tomen medidas ejemplificadoras para con el fiscal general. El heraldo vuelve ha hablarle al oído, esta vez pone en conocimiento del mariscal la debilidad del fiscal general por su nieto. Impávido el mariscal como si no hubiese oído la información hace unas llamadas por su celular y pide que se prepare un auto con los vidrios polarizados, sin patente, para que dos de sus hombres viajen, junto a un niño de unos 9 a 12, hacia la frontera. El heraldo detrás de él sonríe satisfecho, son estos momentos por los que hace estos trabajos. Sin mirarlo el mariscal le entrega un pequeño papel. El heraldo lo lee y se marcha.
Por unos momentos, el mariscal recuerda cuando el tenia sus debilidades sentimentales, cuando todavía lo llamaban Adolfo y tan solo era un pequeño empresario gastronomico. Le párese recordar la prehistoria, cuando tenia un hijo. La verdad que no lo a olvidado pues sino fuese por él, no estaría aquí. Hay pobre e impulsivo niño si hubiese aprendido el negocio familiar y mantenido la boca cerrada seguiría vivo. Pero no él tenia que hablar portarse como un ser impulsivo, hasta tal punto llego la impertinencia del muchacho que Adolfo tubo que tomar medidas. Pero como ya sea dicho eso es el pasado.
Hoy el mariscal esta sentado imperturbable en su eterno puesto. No le a hecho falta gritar, levantar su voz o siquiera mirar a sus subalternos y sin embargo ha sentenciado a un niño. De pronto un aire helado recorre el recinto, todos giran en sus sillones y miran hacia arriba en dirección al mariscal, se hace un silencio incomodo.
Autor: Nicolás Federico Esteban Vilaró-Tronfi.