Soluciones
Las pálidas y amarillentas luces de la calle, dan la sensación de opresión y ahogo. No párese de noche, pues todo esta iluminado por estos enfermizos, que con cada hora, minuto, segundo, se acercan cada vez mas a su ocaso final. Estas luces opacas confunden la visión de la vereda, no permitiendo ver las baldosas y los posos. Situación descubierta por Juan, en plena carrera y de la manera mas dura posible. Cuando pisa una baldosa floja, perdiendo pie y yendo a caer de rodillas contra el piso. El dolor le recorre de una manera electrizante por las piernas. Se atraganta con la saliva, aprieta los dientes, para no gritar. Apoya las dos manos en el piso, quedando en cuatro patas, se levanta con dificultad tambaleándose de un lado a otro. Una vez de pie se soba las rodillas. Al mismo tiempo se desacomoda la mochila asiendo tintinear , unos frascos dentro de ella. Desesperado y olvidándose del dolor, tantea con la mano izquierda el fondo, constatando que ningún frasco este roto. Debería quitársela y revisar uno por uno, pero es imposible el tiempo apremia. La policía se allá demasiado cerca. Su carrera ha de continuar, sea como sea. Aun así antes de poner los pies en polvorosa, respira hondo y suspira, suspiro que suena como un lamento desesperado. Secándose las lagrimas con el dorso de la mano e ignorando el dolor de las rodillas, retoma la carrera.
El comisario Madeo Sandor a estado en muchas persecuciones, cuando era apenas un uniformado. A pesar de los años pasados, siempre le a despertado una sensación de adrenalina mezclada con incertidumbre y miedo.
Juan ve casi de soslayo uno de los edificios con la puerta abierta, se le ocurre que seria buena idea esconderse dentro. Acelera la carrera y embiste la puerta provocando un estruendo, innecesario. Con desesperación la cierra. Se queda parado con las dos manos pecha la puerta. Apoya el oído contra la misma intentando entender, si las sirenas van o vienen.
- ¿Quién sos? ¿Qué haces acá?- La aguda voz le provoca un temblor violento que le recorre todo el cuerpo. Juan se da la vuelta y mira a quien lo llama.
Parado en el umbral de la puerta de se departamento el “petiso” Rivero vestido con musculosa, en calzoncillos largos y soquetes, no da justamente una imagen temeraria. A pesar de él la circense imagen se completa con una nariz aligueña, labios hinchados como riñones, ojos pequeños casi cerrados y una incipiente calva. Todo esto concluye con una actitud de hombre resuelto, que le lleva a ponerse las manos en la cintura, dejando los brazos en forma asas. Párese una taza de café derretida. Su actitud resuelta y temeraria no lo prepara para el pechón que recibe del espantado Juan. Quien después de mandarlo dentro de su
departamento, gana la escalera interna del edificio. El “petiso” Rivero intenta costosamente ponerse de pie, cuando lo consigue, comienza a gritar hacia las escaleras despertando a todos en el edificio.
- ¡Ladrón! ¡Ladrón!- Juan oye los gritos desesperados de petiso quien párese tener, en los pulmones la fuerza de un cantante de opera. En la escalda por las escaleras, ve como se encienden las luces de los pasillos. Incluso algunos de los habitantes del edificio salen de sus departamentos. El miedo de Juan aumenta con cada escalón, aun así el edificio solo tiene cinco pisos, por ende llega al ultimo piso bastante rápido.
Al acabársele las escaleras se detiene para recuperar el aliento, se toma el pecho con una de las manos. Una enorme sombra cubre a Juan. El joven levanta la cabeza para ver quien esta a su lado. No alcanza a divisarlo, pues un bat de béisbol lo golpea en el estomago, haciéndolo rebotar primero contra la pared detrás de él, luego contra el piso. Cae de frente al suelo, quedando de espaldas a su atacante. No alcanza a asimilar el primer golpe, que recibe un segundo golpe en el costado, debajo de las costillas.
Raúl Ludueña es lo que vendría a ser el hombre duro del edificio, con su metro noventa y sus casi cientoveinte kilos, es realmente temerario. De pocas pulgas, como lamentablemente a descubierto Juan quien yace caído a sus pies. El único problema de Raúl, es su poca reacción y piensa demasiado para dar cada paso, así que tarda unos largos segundos antes de dar el tercer batazo. Tiempo que es aprovechado por Juan, que llorando y haciendo uso de las pocas fuerzas que tiene, le da un puñetazo en los testículos a Raúl. La mano de Juan se hunde en los desmedidamente grandes huevos de Ludueña. El gigante grita como cerdo antes de ser sacrificado, suelta el bat y se agarra los genitales. Juan gira hacia atrás para evitar que la enorme avalancha humana caiga de rodillas sobre él. La mochila golpea en suelo pero el joven ignora el ruido a vidrios rotos, se pone de pie y salta sobre Ludueña, quien sigue gritando y sollozando. Al otro extremo del pasillo, Juan encuentra la escalera que da a la terraza.
En planta baja el Petiso Rivero, habla con el comisario Sandor, el cual intenta por todos los medios averiguar por donde se fue el delincuente prófugo. Pero el enano jetón, párese no querer colaborar, al menos hasta terminar contarle la historia de todo el día, quejarse del gobierno, reclamar por mas mano dura, mejores políticas de educación y lo peor de todo el del tercero “A” que saca la basura después de hora. Arto de oír todas esta catástrofes humanas, pero sin perder el porte de comisario, decide volver a preguntar con mayor firmeza.
- Señor ¿ Por dónde se fue el fugitivo?- Dice Sandor, quien ruega que no le conteste para poder balearlo y así callarlo para siempre.
- O, subió por las escaleras- Contesta con la mayor tranquilidad. Sandor lamenta el no poder disponer de tan buen orador, lo lamenta profundamente. Pero primero esta el trabajo, envía a sus hombres por las escaleras mientras el sube por el ascensor. No lo puede hacer, pues Rivero le advierte que hace seis años que el aparato no funciona. Sandor respira hondo y sube por las escaleras.
Juan tiene miedo y esta cansado, sobre todo cansado. A corrido diez cuadras, por calles y techos, casi sin parar. Ahora esta cerca del final del trayecto, en mas de un sentido. Camina por la terraza hasta que encuentra un alero, se tiende debajo aprovechando la seguridad de las sombras, para darse un ultimo aliento. Mira hacia atrás, a la puerta por donde segundos antes había entrado. Oye los gritos de la policía, sus pasos en las escaleras suenan como una estampida de elefantes. Sabe que están cada vez mas cercar. Pone su vista en el camino que las queda por recorrer, solo dos techos, la escalera de incendios y cruzar la avenida, donde lo esperan. Se pone de pie y comienza nuevamente a correr. Supera el primer techo, la carrera continua por el segundo. No llega, una voz de mando lo detiene. Intenta por todos los medios no darse la vuelta, pero por unos segundos mira por el rabillo del ojo y ve refucilo de una de las armas reglamentarias. El primer impacto le da en la rodilla derecha, le hace girar. El segundo y tercer impacto no tardan en llegar, tirándolo hacia atrás. Rebota tres veces en el suelo, por puro instinto intenta levantarse. Ve unas botas color negras a su lado, una de ellas se mueve y lo golpea en el estomago, como si ya no tuviera voluntad propia se pone en pie. Sobre su escuálido cuerpo llueven palos, trompadas y patadas, haciéndolo moverse en dirección a la cornisa. Juan no se explica por que le siguen pegando, nadie párese notar que él se ha rendido. Quiere decir, basta, pero un macanazo le revienta todos los dientes.
- ¡Basta!- El comisario Madeo Sandor, grita la orden si mayor espanto, por la masacre que sus hombres hacen con el muchacho. Pues lo que muchos señalan como brutalidad, para las fuerzas policiales es las mas fina eficiencia. La gran masa de uniformes azules se detienen en el acto al ver al comisario acercarse. El cuerpo inerte de el niño yace muerto colgando por la cornisa. Sandor agarra una de las macanas y suavemente mueve la cabeza de Juan. Mira al cabo Gutiérrez y le dice: - Llamen a los carroñeros. Este casi se le escapa cabo primero Gómez.
- Gutiérrez, señor- Corrige el cabo.
- Como sea, traiga los medicamentos robados.
- Si, señor.
- Estos drogadictos de mierda, no son capaz de dejarme en paz.- Protesta Sandor, en vos alta mientras enciende un cigarrillo.
Autor: Nicolás Federico Esteban Vilaró-Tronfi