DEL OTRO LADO
A caído a escaso dos metros de la ansiada escalera, tan poco le falto para la libertad que cualquiera diría, lo ha conseguido. Pero lamentablemente no lo ha hecho. Lo único que queda de su intento de escape, es su mano sangrante colgando por la cornisa. Cada gota de sangre que cae al vació es una lagrima de pesar y dolor. Dolor que Juan ya no sentirá.
La rojiza, casi negra, gota de sangre nace desde el dedo índice, acumulándose formando una perfecta esfera unida en un pequeño punto a la yema del dedo. No puede sostenerse más, y cae hacia el fondo del abismo. Su trayectoria se ve interrumpida por un enorme cartel blanco, escrito con letras azules. Allí se une a otras gotas, que se han visto detenidas, estas al acumularse forman hilos de sangre que se dispersan por todo el ancho del cartel, como si intentasen leerlo. Pareciera ser una burla al niño muerto, dos pisos mas arriba, pues a toda pompa la enorme publicidad estática reza:
“NUEVO PLAN DE RECUPERACIÓN DE EDIFICIOS ANTIGUOS.”
“MAS DE 120 FACHADAS RECUPERADAS”
“PARA QUE NUESTROS NIÑOS PUEDAN SENTIR ORGULLO DE SU CIUDAD.”
Los hilos de sangre ofendidos por tal burla aceleran su marcha, en la parte inferior del cartel, para luego unirse y formar un nueva gota mas grande. Esta nueva gota brilla por última vez antes de precipitarse. Cae hasta su reposo final, una vereda mugrienta. El charco de sangre forma un espejo casi perfecto, si uno se acercase y viera atravez de él descubriría que en la cornisa del edificio antes de llegar al cielo, hay una mano señalando con su dedo índice al culpable de tal tragedia, tú. Pero solo es un poco de sangre de un niño de la calle sin nombre para la mayoría, mañana estará seco alguien intentara limpiarlo o talvez solo termine cubierto por mugre.
Del otro lado de la avenida, en la oscuridad de las sombras, un joven atormentado observa con pena la cornisa del edificio que se halla cruzando la calle. Esa construcción de ladrillo y cemento, que se alza como un gigante imperturbable, le ha arrancado la vida a su mejor amigo. Pero no, no fue el monolito quien ha cometido tal crimen, fueron aquellos que dicen proteger a los indefensos, la policía. Se queda mirando la cornisa por unos largos minutos, ignora descaradamente a los dos oficiales apostados en la puerta de ingreso, fija la vista en la mano que cuelga esperando una señal de vida. Espera, espera, los minutos pasan. Ningún movimiento o señal de vida. Este es el mundo real los milagros no existen, se dice par si mismo German. Mira hacia otro lado para no llorar, clava su mirada en dos hombres que salen por la puerta de otro edificio. Uno es delgado y alto, el otro es un poco mas bajo y corpulento. El delgado lleva una pequeña caja debajo de su brazo, sin mucha preocupación pero atento a no dejarla caer. Al salir, ambos intentan ir hacia donde están los dos policías custodiando el edificio vecino. Al ver a los dos uniformados cambian de dirección inmediatamente, marchándose hacia la esquina contraria. A nadie llama la atención esta actitud, este no es un barrio muy hospitalario con la ley. Por otro lado los dos policías solo piensan en terminar su turno he irse a casa, es decir si en algún momento notaron esta actitud sospechosa la han dejado pasar.
German se traga su pena, pero aun así quiere despedirse de su amigo. Apesar de los dos policías y que intenta por todos los medios convencerse, de que no vale la pena quedarse. Después de todo Juan ya esta muerto. Fracasa. Debe subir y ver por ultima vez a su amigo, quien yace roto en la terraza. Con resolución y entereza camina en dirección del edificio. Los primeros pasos es como si las piernas se le resistiesen, luego toma confianza y avanza hasta el limite de las sombra. Un golpe de sensatez lo detiene. Sensatez que tiene la forma de terribles furgonetas negras. El forense o como se lo llama en este tiempo la policía científica a llegado. Ya nada puede hacer por su amigo caído. Ahora solo queda rogar porque este muerto, pues si le quedase algún atisbo de vida, estos carniceros con placas son capases de cosas indescriptibles. No hay mas por hacer solo partir, volver con aquellos que todavía lo necesitan. Las sombras engullen al pálido muchacho despacio, respetando su duelo.
Ha tardado treinta minutos en hacer cinco mugrientas cuadras. No a tardado tanto por esquivar la policía o las bandas de delincuentes que tanto pulan por esta parte de la ciudad. No, su tardanza de se debe a que no quiere llegar y enfrentar la mirada de los demás. Observa la puerta sucia, roída y desvencijada. Sigue, las casi perdidas molduras del edificio, se detiene en una de las ventanas, sella desde el interior por tablones, no esta en mejores condiciones que la puerta. En otro tiempo fue un hotel, hoy a duras penas se mantiene en pie. El lugar en si mismo es horripilante, destruido desde la fachada al interior. Nadie podría vivir aquí, solo las mas rastreras de las alimañas. Las ratas y cucarachas que salen del edificio parasen afirmar esto ultimo. Cuando se mudaron allí el edificio no estaba en mejores condiciones, y todos se lo hicieron notar a Juan, quien era el que lo había encontrado. Él con una sonrisa les contesto.-Pero viviremos en un hotel cinco estrellas.
-Yo creo que más-. Replico Pilar mirando el enorme agujero en el techo. Todos rieron a carcajadas por el comentario de la niña. Con los recuerdos una sonrisa se dibuja en el rostro de German, la cual se borra inmediatamente al pensar en como decírselo a Pilar. La niña con tan solo nueve años adora a Juan. ¿Qué decirle?. Otra vez las lagrimas que quieren estallar en los ojos de German. El esfuerzo lo obliga a sentarse nuevamente en la vereda contra el vetusto edificio. Con la espalda apoyada en la pared, siente como si todo el edificio se recargase sobre él. Los niños están acostumbrados al dolor de las perdidas, pero German sabe que no necesitan más de esto en sus vidas. Se pone de pie como un autómata entra al edificio, sin prestar atención a las ratas que le chillan reclamando su territorio y a las cucarachas que caen del techo. Transita por un pasillo de tablas rechinantes. Llega ala única habitación entera como para albergar algo mas que ratas, se para en el umbral y mira al fondo de la misma. No quiere mirar a los tres niños enfermos sentados a un costado de la entrada. Pilar le sonríe amablemente, pero él intenta ignorarla. Traga saliva y mirando a la nada les dice:
-Tenemos que irnos, mañana puede venir la policía-. Otra vez las lagrimas intentan ahogarlo, pero las contiene con todas sus fuerzas.
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