DRAGÓN PETREO
El dragón
de hierro y
cemento escupe sangre
de su boca
como lo haría
un dragón. La sangre
se mezcla con
el agua de
lluvia, tiñe la
calle de rojo,
provocando ríos de
sangre.
Mas allá
de la vista
de los curiosos,
sobre la terraza
de una vieja
iglesia victoriana abandonada
dos hombres se han encontrado,
uno presa, el
otro cazador. No
hubo palabras, el
frió y reluciente
metal fue el
que hablo.
La presa
un joven y
rozagante hombre de
mediana edad. Corrió
por su vida
desbocado. Tránsito por calles,
callejones, escaleras y
terrazas. El éxito
de la huida
pareció coquetearle varias
veces, no fue
así. Al igual
que el conejo
asediado por el
águila se detiene
a mirar y
pierde su paso
tropezándose, el joven
hombre equivoco el
camino, quedando en
un callejón sin
salida. Frente a
él un precipicio
de cemento, detrás
el confiado cazador
que sabiendo su
éxito de antemano
hacia ruidos con
sus armas y
pegaba carcajadas intimidando
aun mas a
su victima.
El cazador
un hombre experimentado en
el arte de
la persecución. Lleva
años perfeccionando sus técnicas
de acecho y
asesinato. A simple
vista parece un
hombre viejo casi
anciano, cansado y
en el final
de sus días,
con cada noche revive.
Un hombre con
pocos días, pero
de eternas noches.
Cada ves que Apolo
oculta su reluciente
rostro en un
río carmesí, el
viejo siente revivir
su cuerpo y
sale de su
guarida para buscar
sangre joven. Viste
de negro, zapatos
brillantes y cuidados,
pantalones planchados, saco
bien abotonado que
resalta su figura
delgada y esbelta.
Hizo como todas las
noches, camino por
la calle de
los bares y discos,
esperó con pulcra
paciencia, al final
uno de los
jóvenes se separo
del resto. La
sangre de cazador
hirvió en el
cuerpo del viejo.
Asecho a la
presa por media
hora, estudiando todo sus
movimientos, esperando el
momento propicio. Durante
todo ese tiempo
no se dejo
ver, tampoco notaron
su presencia. La
oscuridad y el
abandono de la
ciudad se prestan
para la casería.
En frente a
un edificio dejado
de cualquier mantenimiento
el cazador mostró
su presencia. Al
principio no fue
tomado como la
bestia salvaje que
es, sus intenciones
se hicieron claras
en pocos segundos.
La persecución comenzó.
Lo dejo ir
para que se
sienta seguro, confiado
que su juventud
lo iba a
salvar. Con tranquilidad
lo llevo por
los caminos que
el conocía directo
al matadero. Si
alguien hubiese visto
la escena diría
que el viejo
arreaba un becerro
rebelde al corral.
Un camino cansador
y largo fue
el que recorrió
la presa, uno
mas corto fue
el que recorrió
el cazador. La
noche es joven
no hay apuro
por terminar la
faena.
Ahora la
lluvia arrecia moja
al cazador y a
la presa
por igual. Presa
ya fue victima,
dos cortes certeros
y en forma
de cruz dispusieron
de su vida.
el cazador disfruta
del momento limpia
las hojas de
sus cuchillos con
la lengua. Se
pone frente a
la lluvia para
que lo limpie
a el. Observa
caer la sangre
de su presa
por el desagüe
en forma de
gárgola. Mira como
cae sobre unos
pocos incautos, sorprendidos
por la lluvia
y quienes al
llegar a sus
destinos se preguntaran
por que están
esas manchas de
rojo sangre en
sus ropas. Cada
uno de ellos
sin saberlo llevan
la marca de
un dios. La
marca del dios
de la muerte.
Pues Thanatos esta
en la ciudad.
Fin.
Autor: Nicolás Vilaró-Tronfi
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