Hace cuatro noches que no duermo, siento una opresión en mí pecho cada vez que sol se pone, el miedo que me invade no me deja hacer otra cosa que esperarla. He dejado de trabajar o de comprar víveres, apenas si me sostengo en pie. Solo dejo pasar el tiempo tirado en el sillón de mi estudio. El olor en la casa es repugnante, creo que anoche me orine sentado en este sillón desgarrado.
Cada noche a la media noche ella aparece, se para allí en la puerta. La primera vez que apareció, la casa estaba en penumbras solo iluminada por el reflejo de la pc donde yo me hallaba absorto pasando unos trabajos. Sentí una brisa fría que me taladraba la espalda, salte del sillón, que por ese entonces estaba impecable, di la vuelta espantado por la sensación que me invadía. La habitación se ponía cada vez mas fría y yo sin saber por qué. Hasta que finalmente la vi, estaba parada en el pasillo mirando hacia donde yo estaba, era una niña de cabellos sucios tanto que no podría precisar de que color eran, tenia puesto un vestido roído casi transparente, estaba descalza y sostenía entre sus bracitos una especie de muñeco. Intente gritar, pero ningún sonido salió de mi garganta. Completamente alterado comencé a tirar manotazos intentando encender alguna luz. Finalmente conseguir encender alguna, no recuerdo bien cual creo que era la lámpara del escritorio. Si fue la luz del escritorio, la cual gire para que ilumine la puerta de acceso al estudio, cuando conseguí iluminar el lugar donde ella estaba parada ya se había marchado.
Llegado a este punto debo de confesarme, no soy lo que se dice precisamente un valiente, mejor dicho soy un cobarde consumado, es por esa razón que las noches siguientes deje todas las luces de la casa encendidas, esperando espantar a tal figura tenebrosa. Durante un tiempo la idea dio sus frutos la niña no volvió a aparecer. La dicha y el triunfo sobre mi pesadilla nocturna no duro mucho mas. Las luces dejaron de hacer efecto. Ella volvió, a la luz parecía mas estropeada, la poca piel que podía vérsele era de color verdusca y opaca. el ahogo volvió a mí, esta vez me sentía mas desprotegido que la primera vez pues no tenia conque alejarla.
Durante las ultimas noches a vuelto rigurosamente, se para delante de mi con sus cabellos cubriéndole el rostro. Finalmente he decidido que esta noche cuando se presente, me acercare y la enfrentare de una vez por todas.
Es media noche ella hace quince minutos que se presento ante mi, hoy vino antes como si supiera de mi decisión. Tengo los músculos entumecidos, pero consigo ponerme de pie. Avanzo hacia ella, no se mueve, del miedo me orino encima de nuevo, no detengo mi marcha. El frió aumenta tanto dentro de la habitación que sale un suave humo de mi nariz cuando respiro, de ella no surge ninguna señal de respiración alguna. Estoy parado a tan solo unos treinta centímetros de ella. Me agacho para poner mi rostro delante del de ella, estiro la mano, tiemblo y no es por el frió. Corro los cabellos de sus rostro, los siento pegajosos como si estuvieran embarrados. Al fin puedo verle el rostro.
No, no ella, no. Ahora entiendo por que a venido todas las noches a torturarme. Caigo de rodillas llorando.
Siento su pequeña mano en mi cabeza, es como la primera vez pequeña y delicada, solo que ahora se siente frió. Un frió agudo y desolador.
fin.
Autor: Nicolás Vilaró-Tronfi
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