VENGANZA
CELESTE
Hoy me
desperté con un
calor casi insoportable,
si bien no
es verano y
sin embargo dormí toda
la noche con
el ventilador prendido,
aun así el
calor en mi cuerpo
era insoportable. Seguramente
fue algo de
fiebre, pero al
transcurrir la mañana
el calor fue
pasando, aunque el
malestar no se
fue. Desayune tranquilamente esperando
la hora de
salir al trabajo, el
desayunar en mi casa es
algo que generalmente
no sucede pues
pocas veces trabajo
en horario de
la tarde y
ni hablar de
hacerlo tranquilo. Mi
desayuno, tampoco es el tipo
del que se
llama americano, si
apenas son unos
mates sentado en
la cocina mirando
la televisión. El
aparato muestra uno
de esos programas
de media mañana,
que por alguna
razón se esmeran
en ser innecesariamente estridentes.
El formato de
estos programas se
repiten de un
canal a otro
no importa si
es local o
de alguna otra
provincia, lo único
que cambian son
los conductores. Conductores
que gozan de
distintos apodos los
cuales apelan a
distintas características físicas
o algunas mas
con respecto a
su personalidad publica,
pues su carácter
real esta oculto
a los televidentes.
Obviamente si uno
supiera los detalles
de sus vidas,
no nos sentaríamos
a ver los
saltar de un
lado a otro
poniendo música retro
o hacer chistes
que pretenden alegrar
a la televidencia.
Mientras tomo el
décimo mate lavado
y frió me
encuentro pensando, ¿qué
dirán estos falsos
profetas de la
alegría mañanera, si
supieran de su
fracaso?
Hago sonar
estridentemente la yerba
lavada y con
gusto a agua estancada. Me
levanto de la
silla, vació el
mate en la
basura, pongo la
pava para calentar
mas agua y
me voy a
cambiar para salir
al trabajo. No puedo
quitarme el malestar
de encima. Vuelvo
a la cocina
donde la pava
rechifla violentamente, el
agua esta quemada,
la apago. Finalmente
no preparo unos
mates nuevos, termino
sentado mirando la
tele. La hora
se acerca inescrupulosamente. Apago
el aparato el
aparato y me
voy.
Camino dos
cuadras hasta la
parada del colectivo
que debería llevarme
a mi trabajo.
El transporte publico
es un verdadero
caos, por esa
razón siempre salgo
una hora y
media antes del
horario en que
debo entrar a
trabajar. Llego a
la parada, me
paro con un
pie en la
calle y otro
sobre el cordón
de la vereda, debajo del
poste de luz
que tiene estampado
con aerosol las líneas de
colectivos que allí
paran. Es la
hora pico ve
pasar una gran
cantidad de automóviles
y camiones. Muchos
de los conductores
me miran algo
extrañados, seguramente por
mi uniforme. Es
claro que un
tipo de un
metro ochenta y
de un ancho
considerable, vestido de
blanco llama la
atención. Diviso a lo lejos un
colectivo color azul
por el rumbo
que trae estoy
seguro que es el
central celeste, aunque
como anda el
transporte urbano seguro
que cambiaron el
recorrido y no
es o esta
lleno y voy
a tener que
esperar el siguiente
o, o… siempre
hay algún “o” con
estos vehículos infernales.
Absorto como
estoy esperando mí
ración diaria de
pisotones, pechones y
manoseos diarios, apenas
si siento cuando
me tocan el
brazo. Apelando a
mi habitual simpatía,
es decir ninguna,
me doy la
vuelta para ver
quien jode. El
inoportuno es un
viejo de traje
bastante petulante seguro
que ha de
tener unos sesenta
años, pero aparenta
unos ochenta. El
venerable anciano me pide
de una muy
petulante manera, de
que me corra
pues quien supongo
será su hijo
quiere estacionar el
auto justo en
el lugar asignado
para que se
detengan los colectivos.
En defensa del
anciano vestido con
traje he de
decir que yo
estoy parado sobre
el asfalto. Ahora,
según la legislación
vigente existe un
espacio asignado para
que los colectivos
puedan acercarse al
cordón de la
vereda, donde no
se puede estacionar
ningún particular. Estupidamente
intento comunicarle tal
situación al viejo,
el cual obviamente
me hace un
gesto con la
boca propio de un pendejo
de quince años,
no de una
persona mayor con
toda experiencia de
la vida. A
todo esto el
que venia manejando
el automóvil se
ocupo el tiempo
que el colectivo
tardo en recorrer
las seis cuadras.
Resignado opto por
subir la vereda.
El auto pasa
tan pegado al
cordón que si
no me hago para atrás
me pasa por
encima. Al fin el
central celeste llega.
Con cierta malicia
y a la
vez con una
sensación de triunfo,
sonrió el colectivo
se cierra sobre
el automóvil, explota
el espejito retrovisor,
al engancharlo con
el faro delantero.
Me voy a
trabajar con una
enorme sonrisa. El
viejo irrespetuoso y
el conductor del
automóvil, quedan espantados,
sin saber que
decirle al colectivero. Quien
mantiene una cara
de poker. Luego
cierra la puerta
y yo miro
atrás la cara
del viejo me
párese una postal,
lastima no tener
una cámara se
fotos.
Fin.
Autor: Nicolás Vilaró-Tronfi
No hay comentarios:
Publicar un comentario