POR
LA CALLE DEL
COLONO…
… ingreso
la carreta que
lo llevaba a
donde seria su
próximo trabajo y encontraría
su casa, según
le habían prometido.
Si, al fin
después de tantos
años iba a
tener su casa propia. Cuando
le mandaron el
telegrama confirmatorio que permitía
participar como maestro
de música en
la escuela del
pueblo. El telegrama
estaba firmado por
un tal Agustín
Garzón, había leído
en la ciudad
algo de este
hombre, según su
opinión personal un
quijote sin mas,
pues hacia unos
cuantos años decidió
abandonar un prospero
comercio en el
centro para dedicar
todo su tiempo
y fortuna en
un emprendimiento desarrollista. Tiene
un bolsito en
el que lleva
sus libros, aun
costado casi como
si fuese un
segundo pasajero se
allá su guitarra, entre su
manos lleva un
ejemplar del Progreso,
lo retuerce nerviosamente
una y otra
vez. El coche
en el que
lo lleva es uno de
los pocos que
hay con techo
de madera, cerrado
con apenas unas
pequeñas ventanas con
cortinas que al
estar desplegadas sobre
las aberturas propone
un aislamiento casi
total del entorno.
Intrigado por su
ruta el maestro
de música corre
una de las
polvorientas cortinitas para
mirar hacia fuera,
se reclina hacia
delante intentando llegar
a la pequeña
apertura. Cuando el
carro hace un
terrible ruido acompañado
con un movimiento
brusco el cual
lo empuja haciendo
que se dé
un terrible golpe
en la cabeza
con el marco
de la ventana.
Corría el
año 1880, se
curso una invitación
publica manifestando una
propuesta de trabajo
para un nuevo
maestro de música,
desde Córdoba dio
respuesta afirmativa Julio Cevallos, profesor
recibido en teoría
y solfeo, curso
sus estudios en
el conservatorio de
Buenos Aires. En su
ansia de progreso,
la necesidad vivir
de su carrera
lo llevo a
emigrar hacia Córdoba.
Lamentablemente la suerte
no le sonrió desde
entonces a estado
tocando la guitarra
en romerías y
bailes. La invitación
a formar las
pequeñas mentes de
los niños del
pueblo San Vicente,
le callo como
un bálsamo. Así
fue que, Julio,
sin dudarlo dos
veces respondió el
telegrama concertando una
sita para la
próxima semana con
el firmante. Al recibir un
nuevo mensaje, Julio,
ya tenia sus
pocas cosas empacadas.
Por las molestias
recibió un adelanto
en efectivo, lo
cual le permito
cancelar su deuda
en la pensión
donde se alojaba.
Le fue bastante
difícil conseguir un
coche en la plaza
que se animase
a ir al pueblo.
Si bien San
Vicente ya no
tenia la fama, de
que gozaba en
sus primeros años.
Los cocheros habían
adoptado la costumbre
de cuidarse al
andar por esos
rumbos. Un viejo
cochero que manifestaba
ser del pueblo
acepto llevarlo. Apresurado
y lleno de
ilusión por abandonar
la vida nocturna,
cargo su valija
la cual era
de gran tamaño
pero en su
interior apenas si tenia
unas pocas prendas
y algunos libros.
Una vez que
la hubo colocado
sobre el techo,
entro al coche
con la guitarra
en mano y
se sentó a
leer un ejemplar
del Progreso diario
que con el
paso de los años se
convirtió en la
Biblia para todo
habitante de Córdoba.
En su interior
se encontraba un
articulo referente a
pueblo San Vicente,
el cual rezaba:
“… Pueblo San
Vicente, se consolidado
no solo como
un pueblo de
obreros aficionados a
desnucar reses en
el matadero local
o de quinteros
que con sus
frutas de alta
calidad abastecen nuestra
ciudad, sino que
con el tiempo
a llegado a
considerarse un encantador
lugar de veraneo,
donde un cierto
números de personas
de posición acomodada
han emplazado sus
viviendas veraniegas. Así
es como el
trajín diario de
los habitantes estables
del pueblo no
llegan a entorpecer
nunca el descanso
de las clases
pudientes de nuestra
ilustre ciudad.”
Por otro
lado la nota
concluía con una
frase que pretendía
englobar el pensamiento
del fundador y
el espíritu desarrollista
del pueblo.
“Don Agustín
Garzón, manifestó a
nuestro medio; no descansare hasta
que no ve
en San Vicente
una iglesia, una
escuela y tranway
que una este
pueblo con la
ciudad.”
Julio Cevallos,
no comprendía el
por que al
existir esta nota
en un prestigioso
medio, la gente
se mostraba tan
reacia a ir
al pueblo en
cuestión. Ahora luego del
golpe en la
cabeza recibido después
del brusco detener
de su marcha,
estaba listo para
comenzar a entender
el por que
de ciertas cosas.
Consternado se soba
la sien intentando
aliviar el dolor
de su cabeza.
Medio aturdido siguió
con la idea
inicial de mirar
hacia fuera, asomo
su cabeza para
aspirar un olor
nauseabundo, que emanaba
de un enorme
charco lodoso, el
cual se asemejaba
demasiado a una
laguna. El bao
lo devolvió al
interior del vehiculo.
-¿Qué pasa?-.Pregunto Julio
Cevallos desde el
interior del coche.
-Es la
acequia señor, que
otra vez desbordo.
Vamos a estar
un rato hasta
que pueda desatorar
las ruedas, los
caballos no hacen
buen pie y
les cuesta hacer
fuerza.
-Olvídelo, falta
mucho para que
lleguemos a la
escuela.
-Bastante. Pero
caminando capaz que
llegaría antes de
que yo destrabara
este carro. Aunque
no le recomendaría
bajar de…
¡SPLASHH!
Las palabras
del cochero fueron
interrumpidas por un
estruendoso y alborotado
chapoteo. Dejo de
azuzar a los
caballos y miro
sobre su hombro,
para ver a
Julio Cevallos debatirse
con el lodo
para ponerse en
pie. Apenas sonriendo
continuo con la
frase.-… bajar del coche.
Luego de
unos minutos en
los cuales el
barro parecía ganar
la batalla, Julio
Cevallos apoyándose en el
estribo del coche,
finalmente pudo ponerse
en pie. Mareado
y cada vez
mas enojado cruza
una mirada acusadora
con el cochero,
reprochándole desde el
no advertirle con
anterioridad del lodo,
hasta el no
impedirle que llegase
a este infierno
terrenal. Intenta poner
un pie en
el estribo para
poder volver al
interior del coche,
cuando es detenido
por una voz
de mando.
-No, no
se le va a ocurrir
subir a mí
coche en ese
estado señor-. Las
palabras parecían caer
como acido en
los oídos del
músico.-Saque sus cosas
y continúe a pie.
Arrastrando los
pies para no
caer retira sus
cosas del interior
del coche. Asiendo un
esfuerzo sobre humano
por contenerse, le
solicito amablemente al
conductor que una
vez salido del
barrial le arrojase
la valija. No
hizo falta tales
peripecias, para recuperar
su equipaje, pues
al estar libre
de su peso
el coche salio
de la ciénaga
sin mayores dificultades.
El cochero bajo
la valija, del
flamante profesor, en
un deje de
piedad el cochero
le dio las
indicaciones para que
llegue a su
destino, caminando por
supuesto.
Resignado y
chorreando barro, Julio
camino por entremedio
de las quintas
locales, sorprendido descubrió
que los chalet
de veraneo no
se encontraban tan
a la vista.
Finalmente llego a
la calle General
Roca, solo para
descubrir las vías
del tranway, el
cual no se
hallaba todavía en
activo. Distraído ante
la prolijidad de
los cultivos y la
belleza de los
frutales en flor,
no vio la zanja delante
de él. En
su distracción fue
a dar dentro
de la zanja,
curiosamente los bultos
quedaron en el borde
del foso, mientras
Julio Cevallos fue
a caer de
rodillas en el
interior del mismo. Gracias a
esta distracción Julio
descubrió el lugar
donde las obras
de lo que
seria el ramal
del flamante “Colonia
San Vicente”. Justo
se encontraban trabajando
los obreros los
cuales vieron, el
accidente, con una
sonrisa cómplice se apresuraron
a sacarlo de la zanja.
Si bien los
obreros mantuvieron controlada
la gracia que
les produjo, los
niños son otra
cosa y lamentablemente en
ese momento pasaba
una mujer, con
sus dos hijos pequeños los
cuales no tuvieron
miramientos en estallar
de la risa.
Mas humillado, mas
sucio y mas
adolorido, Julio agradeció
a regañadientes la
ayuda brindada tomo
sus cosas, disimulando
una renguera cada
vez mas acentuada
continuo su marcha.
Luego de alejarse
de sus espectadores,
dejo de disimular
sus dolores, cruzo
miradas con un
viejo que estaba
sentado en la
puerta de su
casa.
-Oiga, ¿qué
busca aquí? ¿EH?-.
Espantado, por la
brusquedad del anciano,
Julio acelero el
paso. Detrás de
él quedo el
anciano gritándole. –Oiga, no se vaya
venga explíquese.
Luego de
largo transitar y
darse con rostros
hostiles, al fin
vio una cara
conocida, aunque no
mas amable. El
hombre era de
una estatura media,
vestía un traje
negro, camisa blanca
y una corbata
torcida también negra.
Su rostro era
alargado, tenia una
barba canosa, su
cabello se encontraba
en franca retirada
dejando al descubierto
una incipiente calva.
La mirada era
oscura algo apagada,
como la que
muestra una persona
triste, un hombre
que a perdido
mucho en su
vida. Julio sonrió
y avanzo hacia
el hombre con
la mano extendida a
modo de saludo.
-¿Don Agustín
Garzón?-. Inquirió a pesar
de ya saber
la respuesta.
-Así es, usted
es el nuevo
profesor de música ¿No?-.
Don Agustín Garzón
dejo sus manos
detrás de la
espalda, desorbitando los
ojos señalo el
barro en la
mano de Julio
Cevallos.
Sintiéndose incomodo
por la vergüenza,
restregó su mano
en el pantalón
y volvió a
extenderla.-Si señor, soy yo quisiera
agradecerle la posibilidad
que usted me
brinda al permitirme
desarrollar mis habilidades
educando.
-Veo que
la buena presencia
no es un
requerimiento para los
profesores de música.
-Disculpe mis
fachas pero sufrí
varios accidentes al
trasladarme hasta aquí.
-No pierda
cuidado, esta casa la
cedieron por unos
días, la familia
Alvear para que
usted pueda residir
en ella hasta
que se establezca
en el terreno
que le será
otorgado como parte
de pago por
sus servicios-. Al
oír esto a
Julio se le
ilumino la cara
de felicidad, haciendo
un gran esfuerzo
intento mantener un
gesto profesional en
su rostro.- Aun
así no quiero
adelantarle nada, por
favor aséese y
descanse esta noche.
Mañana lo paso
a buscar para
que conozca su
lugar de trabajo.
Agustín Garzón
abandono el lugar
caminando sin más.
Julio Cevallos lo
miro perderse en
el ocaso, de
ese día lunes.
Julio apretó las
llaves de la
vivienda con su
mano derecha, todavía
no eran la
de su casa
pero así las
sentía. La noche
transcurrió sin mayores
novedades, al menos
para los lugareños,
pues para un
hombre acostumbrado a
vivir en la
ciudad de Córdoba
los ruidos del
descampado le trajeron
imágenes bastante caóticas.
La mañana
llego, recuperado del viaje y
la
mala noche, camino
hacia el patio
trasero de la
vivienda. Paso por
una hermosa galería
la cual contaba
con varias especies
de plantas las
cuales se hallaban
ubicadas para que
durante la primavera
y el verano,
florezcan creando un
hermoso túnel de
colores. Trastabillando e
intentando despertarse trancito
por la galería,
casi sin mirarlo
tomo un balde
el cual se
encontraba colgado de
un clavo empotrado en
la pared. Camino
hasta una bomba manual ubicada
a unos veinte
pasos de la
casa. Se asentó
en la manija
pensando que iba
a ceder fácil
pero se resistió,
Julio respiro hondo
y se colgó
de la misma,
la bomba emitió
un quejido desgarrador, repitió varias
veces esta acción
hasta que el
agua, finalmente broto.
A las diez
de la mañana
finalmente llego Agustín
Garzón, para llevarlo
a conocer sus
nuevos alumnos. Julio
esperaba un coche
para trasladarse, pero
no fue así
Don Agustín encaro
por la calle.
Mientras caminaban, conversaron
sobre distintas cosas
Don Agustín se
mostraba mas afable
que la tarde
anterior y bastante
interesado en las
vicisitudes de la
vida anterior de
Julio, seguramente este
interés se debiera
a que intentaba
tener una imagen
de la persona.
Luego de pasar
por varias casa
Julio noto que
los vecinos que
el día anterior
se habían mostrados
reacios y algo
violento, ahora lo
saludaban con una
sonrisa.
-No entiendo-.
Dijo sorprendido Julio.
-¿Qué cosa,
mi amigo?
-El día
de ayer esta
gente, se mostraba
urania, desconfiada. Yo
sentía como si
me fuesen a
atacar en cualquier
momento.
-Ja, ja, ja-. Rió
Agustín mientras recargaba
el peso de
su cuerpo sobre
el bastón.-Mire debe
entender usted que
esta comunidad se
encuentra formada no
solo por gente
que desea pasar
sus veranos en un lugar
cercano a la
cuidad pero a
su vez que
no le recuerde
la misma. Sino
que aquí usted
encontrara entre sus
habitantes permanentes, gente
que trabaja sus
quintas, otros que
realizan sus tareas
en los frigoríficos
y las curtiembres
ubicadas en la
vera del río.
Esta gente es
celosa a la
hora de cuidar
aquello que le
alimenta a sus
familias. Por eso
cuando llega un
forastero, los cuales
lamentablemente en el
paso han resultado
ser en su
mayoría oportunitas que pretende
quitarle las tierras
a esta buena
gente, ellos se
comportan distantes, incluso
yo lo hago.
Después de todo
soy quien inicio
este lugar y por sus
habitantes, a los
cuales me debo,
debo ayudarles a
defender su modo
de vida.
Finalmente llegaron
a la escuela,
la institución bullía
de niños y
madres, gritando, riendo,
algunos hasta llorando.
De entre la
multitud pudo distinguir
a los dos
niños que el
día anterior se
habían reído de él. Los
dos niños correteaban
de un lado
al otro riendo y
empujándose. La madre
al ver acercarse
a Julio, llamo
a los niños
de un grito,
estos quedaron congelados
en el aire
y presurosos volvieron
al lado de la mujer.
A todo esto
los niños no
vieron al profesor,
hasta que estuvieron
cerca de la
madre. Cuando lo
advirtieron ambos se
retiraron hacia atrás
intentando esconderse detrás
de su madre,
esta no les
dio tiempo de huir
los agarro de los
brazos y los
trajo hacia delante.
-No tienen
algo para decirle
al señor-. Increpo la
implacable madre a
los dos niños.
Ambos increíblemente iguales,
no solo en
su apariencia física
sino también en
sus gestos, bajaron
la cabeza y
rascando con el
pie la tierra
del suelo. Tragando
el llanto y
los mocos que
colgaban de sus
narices al unísono
dijeron: -Perdónenos señor,
por habernos reído
ayer cuando se
cayó.
Con un
gesto amable Julio
le rasco la
cabeza a uno
de los niños
y se despidió
de la mujer
con una sonrisa
e ingreso al
establecimiento junto con
Don Agustín.
-Ve hombre
no hay nadie
malvado aquí-. Le dijo Agustín Garzón a
Julio mientras le
apoyaba la mano
en el hombro.-Nuestra tierra
puede alimentar el
cuerpo de los
niños y usted
alimentara su almas.
Julio Cevallos
al fin entendió
esto no era
un inhóspito lugar
perdido en el
África negra, era
una comunidad joven
con ansias de
crecer y superarse
día a día. Después de
este día Julio
Cevallos, estuvo seguro
que jamás iba
a abandonar a
Pueblo San Vicente.
Fin.
Autor: Nicolás Federico
Esteban Vilaró-Tronfi