KENINA
Lo primero
que veo son
sus ojos, amarillos
refulgentes. En la oscuridad cerrada
son lo único
que puedo ver,
luminosos, su formas
parecen recordar un
enorme felino apunto
de atacar.
Quisiera retroceder y
huir de este
lugar, pero no
puedo miro a
mi alrededor no
recuerdo como llegue
aquí. ¿Dónde es
aquí? Los ojos amarillos
avanzan hacia donde
estoy, me domino
e intento huir. Caigo
de bruces contra
el suelo. Giro e intento
levantarme, la temible
bestia sigue avanzando
sus ojos amarillos
brillan con mas
fuerza. Al fin
comienzo a ver mi acechante.
No es
una pantera, ni
un leopardo, solo una
mujer blanca y
brillante como la luz de la
luna reflejada sobre
el agua. Camina hacia
mí contoneándose, en
realidad asechándome, quisiera
huir despavorido escapar
de ella, no
puedo. Le temo
hasta el punto
de que cada
célula de mi
ser tiembla grita
por una huida
salvadora, pero también
la amo sus
formas, la actitud
dominante, sus ojos
de fiera salvaje
me tienen hipnotizado.
Cada vez más
cerca. Tiemblo como
una hoja estira
su mano delgada
y delicada, pasa
sus dedos suaves
por mi pecho.
Mi cuerpo se
electrifica, cada bello,
cada poro, me
es insuficiente para
sentir su tacto.
Creo, creo
que por unos
momentos sonríe. Sus
cabellos dorados se
adelantan sobre su
rostro hundiéndolo en
sombras. Con un
movimiento velos y
a la vez suave me
besa caigo en
un mar de
dulzura. Ella continua
con su embestida
caemos de espaldas.
No se como
pero me encuentro
completamente desnudo, las hojas se
sienten como un
colchón mullido y
cómodo. Sus senos
presionan mi corazón.
Sus brazos y
piernas me rodean,
clava sus uñas
en mi espalda,
no siento dolor solo
éxtasis.
Exploto, despierto
de golpe. Me
siento en la
orilla de mi
cama, miro a
los cuatros costados
y descubro ante
una desilusión violenta,
que ya no
estoy en una selva oscura
con una mujer exótica. Tambaleándome
me pongo de
pie camino hasta
el baño, lavo mi
rostro con agua
helada, suspiro. Como
un mal sueño
no puedo olvidarla.
Quiero estar con
ella y ella
seguro me estará
esperando. Tiro mas agua
sobre mi cara. No
me importa nada
ni la vida, ni
mi familia, mucho
menos el trabajo.
Vuelvo a la
cama para caer
presa de la
enfermedad del sueño.
No intenten despertarme,
no podrán, pues
estoy con la
hermosa enfermedad que significa
Kenina.
Fin.
Autor: Nicolás
Vilaró-Tronfi
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